domingo, 2 de septiembre de 2012

DIOS DE PACTOS????


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Biblia revela que a Dios le ha placido establecer pactos con los hombres.
Ocho
de estos pactos se hallan mencionados en las sagradas páginas y ellos incorporan
los hechos más vitales en la relación que el hombre ha tenido con Dios a través de
toda la historia de la raza humana. Cada pacto representa un propósito divino y la
mayoría de ellos constituyen una absoluta predicción tanto como una promesa
inalterable del cumplimiento de todo lo que Dios ha determinado. Si llevamos
nuestra consideración del tema hasta el tiempo cuando los pactos fueron hechos,
descubrimos que ellos siempre anticiparon el futuro y tenían el propósito de ser un
mensaje de certidumbre para aquellos con quienes el pacto era establecido.
Además de los pactos bíblicos, los teólogos han sugerido tres pactos teológico s
que tienen que ver con la salvación del hombre.

A. Los pactos teológicos
Para definir el eterno propósito de Dios, los teólogos han sostenido la teoría de que
es el propósito central de Dios el salvar a los elegidos, aquellos escogidos para
salvación desde la eternidad pasada. De acuerdo a ello, consideran la historia
primeramente como la obra exterior para el plan de Dios en cuanto a la salvación.
Desarrollando esta doctrina, ellos han expuesto tres pactos teológicos básicos.
1. Se dice que con Adán se estableció un pacto de obras. La provisión del pacto
era tal que si Adán obedecía a Dios, él sería guardado seguro en su estado
espiritual y recibiría la vida eterna. Se afirma que este pacto es sostenido por la
advertencia concerniente al árbol del conocimiento del bien y del mal, «porque el
día que de él comieres, morirás» (Gn. 2:17). Se deduce que si él no hubiera comido
del árbol, no hubiese muerto y, como los santos ángeles, hubiese sido confirmado
en su estado santo. Este pacto está basado casi totalmente en la deducción y no es
llamado un pacto en la Biblia, y por esta razón es rechazado por muchos estudiosos
de la Escritura por tener poca base.
2. Otro pacto sugerido es el pacto de la redención, en el cual se insinúa la
enseñanza de que fue establecido un pacto entre Dios el Padre y Dios el Hijo en
relación a la salvación del hombre en la eternidad pasada. En este pacto el Hijo de
Dios se comprometió en proveer la redención para la salvación de aquellos que
creyeran, y Dios prometió aceptar su sacrificio.
Este pacto tiene más sostenimiento en las Escrituras que el pacto de obras en que
la Biblia declara claramente que el plan de Dios para la salvación es eterno, y que
en aquel plan Cristo tenía que morir como un sacrificio por el pecado y Dios tenía
que aceptar aquel sacrificio como una base suficiente para salvar a aquellos que
creyeran en Cristo. De acuerdo a Efesios 1:4: «Según nos escogió en él antes de la
fundación del mundo, para que fuésemos santos y sin mancha delante de él.»
También en referencia a nuestra posición en Cristo, se declara en Efesios 1:11: «En
él asimismo tuvimos herencia, habiendo sido predestinados conforme al propósito
del que hace todas las cosas según el designio de su voluntad.
De estas y de otras Escrituras está claro que el propósito de DIOS para la
salvación es eterno. Se sugiere que un pacto formal fue acordado entre Dios el
Padre y Dios el Hijo del hecho de que el propósito de Dios es también una promesa.
3. Aun otra tentativa es el contemplar el eterno propósito de Dios en la salvación
como un pacto de gracia. En este punto de vista Cristo es contemplado como el
Mediador del pacto y el representante de aquellos quienes ponen su confianza en
Él. Los individuos encuentran las condiciones de este pacto cuando colocan su fe
en Jesucristo como Salvador. Aunque este pacto es también una deducción del plan
eterno de salvación, tiende a enfatizar el carácter de gracia de la salvación de Dios.
El pacto de la redención y el pacto de gracia, en consecuencia, tienen algunas
bases escriturales y son más aceptables para la mayoría de los estudiosos de la
Biblia que el concepto del pacto de obras, el cual no tiene base escritural.
Sin embargo, se ha levantado el problema de que aquellos que son adeptos a
estos pactos teológicos siempre hacen del plan de Dios para la salvación su
propósito primordial en la historia humana. Así ellos tienden a ignorar los
particulares sobre el plan de Dios para Israel, el plan de Dios para la Iglesia y el
plan de Dios para la nación. Mientras que es verdad que el plan de Dios para la
salvación es un aspecto importante de su propósito eterno, no es la totalidad del
plan de Dios. Un punto de vista mejor es que el plan de Dios para la historia es
revelar su gloria, y Él no hace esto solamente salvando a los hombres, sino que
también por medio del cumplimiento de sus propósitos y revelándose a sí mismo a
través de sus tratos con Israel, con la iglesia y con las naciones. De acuerdo a ello,
es preferible contemplar la historia a través de ocho pactos bíblicos, los cuales
revelan los propósitos esenciales de Dios a lo largo de la historia de la Humanidad y
que incluye el plan de Dios para la salvación. Aquellos que enfatizan los pactos
teológicos son llamados a menudo «teólogos de los pactos», mientras que, por el
contrario, aquellos que enfatizan los pactos bíblicos son llamados
«dispensacionalistas», porque los pactos bíblicos revelan las distinciones en las
varias etapas en la historia humana, las cuales están manifiestas en las
dispensaciones.

B. Los pactos bíblicos
Los pactos de Dios contenidos en la Biblia se clasifican en dos clases, aquellos que
son condicionales y los que son incondicionales. Un pacto condicional es uno en el
cual la acción de Dios es en respuesta a alguna acción de parte de aquellos a
quienes va dirigido el pacto. Un pacto condicional garantiza que Dios hará su parte
con absoluta certeza cuando se satisfacen los requisitos humanos, pero si el
hombre fracasa, Dios no está obligado a cumplir su pacto.
Un pacto incondicional, mientras que puede incluir ciertas contingencias humanas,
es una declaración de cierto propósito de Dios, y las promesas de un pacto
incondicional serán ciertamente cumplidas en el tiempo y a la manera de Dios. De
los ocho pactos bíblicos sólo el edénico y el mosaico eran condicionales. Sin
embargo, aun bajo los pactos incondicionales hay un elemento condicional como si
se aplicara a ciertos individuos. Un pacto incondicional se distingue de uno
condicional por el hecho de que su cumplimiento esencial es prometido por Dios y
depende del poder y la soberanía de Dios.
1. El pacto edénico fue el primer pacto que Dios hizo con el hombre (Gn. 1:26-
31; 2:16-17), y fue un pacto condicional con Adán en el cual la vida y bendición o la
muerte y la maldición dependían de la fidelidad de Adán. El pacto edénico incluía el
dar a Adán la responsabilidad de ser el padre de la raza humana, sojuzgar la tierra,
tener dominio sobre los animales, cuidar del huerto y no comer del árbol del
conocimiento del bien y del mal. Por haber fracasado Adán y Eva al comer de la
fruta prohibida, fue impuesta la pena de muerte para la desobediencia. Adán y Eva
murieron espiritualmente de inmediato y necesitaron nacer de nuevo para poder ser
salvos. Más tarde también murieron físicamente. Su pecado hundió a toda la raza
humana en un molde de pecado y muerte.
2. El pacto adámico fue hecho con el hombre después de la caída (Gn. 3:16-
19). Este es un pacto incondicional en el que Dios declara al hombre lo que será su
porción en la vida por causa de su pecado. Aquí no hay lugar para ninguna
apelación, ni se implica responsabilidad alguna de parte del hombre.
Como un todo, el pacto provee importantes rasgos, los cuales condicionan la vida
humana desde este punto en adelante. Incluido en este pacto está el hecho de que
la serpiente usada por Satanás es maldita (Gn. 3:14; Ro. 16:20; 2 Co. 11:3, 14; Ap.
12:9); se da la promesa del Redentor (Gn. 3:15), la cual es luego cumplida en
Cristo; se detalla el lugar de la mujer en cuanto a estar sujeta a una concepción
múltiple, al dolor y la pena en la maternidad, y en cuanto a la posición del hombre
como cabeza (Gn. 1:26-27; 1 Co. 11:7-9; Ef. 5:22-25; 1 Ti. 2:11-14). El hombre
debería, en lo sucesivo, de ganar el pan con el sudor de su frente (cf. Gn. 2:15 con
3:17-19); la vida del hombre sería dolorosa y con la muerte por final (Gn. 3:19; Ef.
2:5). Por un período bastante extenso, el hombre continúa desde ese punto en
adelante viviendo bajo el pacto adámico.
3. El pacto de Noé fue hecho con Noé y sus hijos (Gn. 9: 1-18). Este pacto,
mientras que repite algunos de los rasgos del pacto adámico, introdujo un nuevo
principio de gobierno humano como un medio de frenar el pecado.
Como el pacto adámico, era incondicional y revelaba el propósito de Dios para la
generación subsiguiente a Noé.
Las provisiones del pacto incluían el establecimiento del principio del gobierno
humano, en el que se instituyó la pena capital para aquellos que tomaran la vida de
otro hombre. Fue reafirmado el orden normal de la Naturaleza (Gn. 8:22; 9: 2), y al
hombre le fue permitido comer carne fresca de animales (Gn. 9:3-4) en lugar de vivir
solamente de vegetales, como parece haberlo hecho antes del diluvio.
El pacto con Noé incluía la profecía concerniente a los descendientes de sus tres
hijos (Gn. 9:25-27) y designaba a Sem como el único de quien vendría la línea
divina que seguiría hasta que el Mesías viniera. El dominio de las naciones gentiles
en la historia del mundo está implicado en la profecía concerniente a Jafet. Así
como el pacto adámico introdujo la dispensación de la conciencia, así el pacto con
Noé introdujo la dispensación del gobierno humano.
4. El pacto abrahámico (Gn. 12:1-4; 13:14-17; 15:1-7; 17: 1-8) es una de las
grandes revelaciones de Dios concernientes a la historia futura, y en él fueron
dadas profundas promesas a lo largo de tres líneas. Primero de todo, fueron
dadas promesas a Abraham de que él tendría gran descendencia (Gn. 17:16), que
tendría mucha bendición personal (Gn. 13:14-15, 17; 15:6,18; 24:34-35; Jn. 8:56),
que su nombre sería grande (Gn. 12:2) y que él personalmente sería una bendición
(Gn. 12:2).
Segundo, a través de Abraham fue hecha la promesa de que emergería una gran
nación (Gn. 12:2). En el propósito de Dios esto tiene referencia primeramente a
Israel y a los descendientes de Jacob, quienes formaron las doce tribus de Israel. A
esta nación le fue dada la promesa de la tierra (Gn. 12:7; 13:15; 15:18-21; 17:7-8).
Una tercera área principal del pacto fue la promesa de que por medio de Abraham
vendría bendición al mundo entero (Gn. 12:3). Esto tendría su cumplimiento en que
Israel sería el canal especial de la revelación divina de Dios, la fuente de los
profetas quienes revelarían a Dios y proveerían de la Escritura a los escritores
humanos. En forma suprema, la bendición a las naciones sería provista a través de
Jesucristo, quien sería un descendiente de Abraham. Dada la relación especial de
Israel con Dios, Dios pronunció una solemne maldición sobre aquellos que
maldijeran a Israel y una bendición sobre aquellos quienes bendijeran a Israel
(Gn. 12:3).
El pacto con Abraham, como el adámico y el de Noé, es incondicional. Mientras
que cualquier generación particular de Israel podría disfrutar de sus provisiones con
sólo ser obedientes, y podrían, por ejemplo, ser guiados hacia la cautividad si ellos
eran desobedientes, el propósito esencial de Dios para bendecir a Israel, para
revelarse a sí mismo a través de Israel, para proveer redención a través de Israel y
para traerle dentro de la Tierra Prometida es absolutamente cierto, porque depende
del soberano poder y voluntad de Dios, más que del hombre. A pesar de los
muchos fracasos de Israel en el Antiguo Testamento, Dios se reveló a sí mismo y
encauzó la escritura de los textos sagrados, y finalmente nació Cristo, vivió y murió
y se levantó resucitando exactamente como la Palabra de Dios lo había anticipado.
A pesar del fracaso humano, los propósitos de Dios son ciertos en su cumplimiento.
5. El pacto mosaico fue dado a través de Moisés para los hijos de Israel
mientras que estaban viajando desde Egipto hacia la Tierra Prometida (Ex.
20:1 - 31:18).
En Éxodo, y ampliado en muchas otras porciones de las Escrituras, Dios le dio a
Moisés la ley que era para gobernar su relación con el pueblo de Israel. Los
aproximadamente seiscientos mandamientos específicos están clasificados en tres
divisiones principales: a) los mandamientos, conteniendo la voluntad expresada de
Dios (Ex. 20:1-26); b) los juicios, relacionados a la vida social y cívica de Israel (Ex.
21: 1 - 24:11), y c) las ordenanzas (Ex. 24:12 - 31:18).
La ley mosaica era un pacto condicional e incorporaba el principio de que si Israel
era obediente, Dios les bendeciría, pero si Israel era desobediente, Dios les
maldeciría y les disciplinaría. Esto es destacado especialmente en Deuteronomio
28. Aunque ya se había anticipado que Israel fracasaría, Dios prometió que Él no
abandonaría a su pueblo (Jer. 30:11). El pacto mosaico también fue temporal y
terminaría en la cruz de Cristo. Aunque contenía elementos de gracia, era
básicamente un pacto de obras.
6. El pacto palestino (Dt. 30:1-10) era un pacto incondicional en conexión con
la posesión final de la tierra por parte de Israel.
Este pacto se ilustra como un pacto básicamente incondicional y seguro en su
cumplimiento; sin embargo, tiene elementos condicionales para cualquier
generación en particular. La promesa dada a Abraham en Génesis 12: 7, y
reafirmada luego a través del Antiguo Testamento, sería que la simiente de
Abraham poseería la tierra. No obstante, a causa de la desobediencia y el fracaso,
Jacob y sus descendientes vivieron en Egipto cientos de años antes del Éxodo. Así,
manteniendo el propósito de Dios, ellos volvieron y poseyeron, por lo menos, una
porción de la tierra. Más tarde, a causa de la desobediencia y la negligencia a la ley
de Dios, ellos fueron sometidos a los cautiverios asirio y babilónico. Otra vez en la
gracia de Dios, les fue permitido volver después de setenta años del cautiverio
babilónico y reposeer la tierra hasta que Jerusalén fue destruida en el 70 d.C.
Sin embargo, a pesar de todos los fracasos, a Israel se le promete que volverá a la
tierra, vivirá allí en seguridad y con bendición y nunca será dispersada nuevamente
(Ez. 39: 25-29; Am. 9:14-15).
El retorno presente de Israel a la tierra es, por lo tanto, altamente significativo
porque cumple la primera etapa del regreso de Israel, necesario para establecer el
escenario para el fin de los tiempos. La vuelta de Israel será completada hasta el
último hombre después de que Jesucristo vuelva y establezca su reino (Ez. 39:25-
29). Mientras que cualquier generación pudiera haber sido sacada fuera de la tierra
por su desobediencia, el propósito final de Dios de traer a su pueblo dentro de su
Tierra Prometida es incondicional y cierto en su cumplimiento.
El pacto palestino, de acuerdo a ello, incluye la dispersión de Israel por la
incredulidad y la desobediencia (Gn. 15:13; Dt. 28:63-68), tiempos de
arrepentimiento y restauración (Dt. 30:2), la recolección de Israel (Dt. 30:3; Jer.
23:8; 30:3; 31:8; Ez. 39:25-29; Am. 9:9-15; Hch. 15:14-17), la restauración de Israel
a su tierra (Is. 11:11-12; Jer. 23:3-8; Ez. 31:21-25; Am. 9:9-15), su conversión
espiritual y restauración nacional (Os. 2:14-16; Ro. 11:26-27), su seguridad y
prosperidad finales como nación (Am. 9:11-15) y el juicio divino para sus opresores
(Is. 14:1-2; Jl. 3:1-8; Mt.25:31-46).
7. El pacto davídico (2 S. 7:4-16; 1 Cr. 17:3-15) era un pacto incondicional en el
cual Dios prometió a David un linaje real sin fin, un trono y un reino, todos
ellos para siempre. En la declaración de este pacto Jehová se reserva el derecho
de interrumpir el actual reinado de los hijos de David si era necesario el castigo (2
S. 7:14-15; Sal. 89:20-37); pero la perpetuidad del pacto no podía ser quebrantada.
Como el pacto abrahámico garantizaba a Israel una identidad eterna como nación
(Jer. 31:36) y la posesión eterna de la tierra (Gn. 13:15; 1 Cr. 16:15-18; Sal. 105:9-
11), así el pacto davídico les garantizaba un trono eterno y un reino eterno (Dn.
7:14). Desde el día en que el pacto fue establecido y confirmado por el juramento de
Jehová (Hch. 2:30), hasta el nacimiento de Cristo, a David no le faltó un hijo que se
sentase en el trono (Jer. 33:21); y Cristo el eterno Hijo de Dios e Hijo de David,
siendo el justo heredero de aquel trono y el Único que se sentaría en aquel trono
(Lc. 1:31-33), completa el cumplimiento de esta promesa hecha a David de que un
hijo se sentaría en este trono para siempre.
El pacto davídico es el más importante en asegurar el reino milenial, en el cual
Cristo reinará sobre la tierra. David, resucitado, reinará por debajo de Cristo como
un príncipe sobre la casa de Israel (Jer. 23:5-6; Ez. 34:23-24; 37:24).
El pacto davídico no es cumplido por Cristo reinando en su trono en los cielos,
puesto que David nunca se ha sentado ni se sentará en el trono del Padre. Es más
bien un reino terrenal y un trono terrenal (Mt. 25: 31). El pacto davídico es, por
consiguiente, la clave del programa profético de Dios que aún está por cumplirse.
8. El nuevo pacto, profetizado en el Antiguo Testamento y que tendrá su
cumplimiento primario en el reino milenial, es también un pacto
incondicional (Jer. 31:31-33). Como lo describe Jeremías, es un pacto hecho «con
la casa de Israel y con la casa de Judá» (v. 31). Es un nuevo pacto en contraste con
el pacto mosaico, el cual fue roto por Israel (v. 32).
En el pacto Dios promete: «Después de aquellos días, dice Jehová: Daré mis leyes
en sus corazones, y en sus almas las escribiré; y seré yo a ellos por Dios, y ellos
me serán por pueblo» (v. 33). A causa de esta íntima y personal revelación de Dios,
y su voluntad para con su gente, continúa en Jeremías 31:34 para declarar: «y no
enseñará más ninguno a su prójimo, ni ninguno a su hermano, diciendo: Conoce a
Jehová: porque todos me conocerán, desde el más pequeño de ellos hasta el más
grande, dice Jehová; porque perdonaré la maldad de ellos, y no me acordaré más
de su pecado.»
Este pasaje anticipa las circunstancias ideales del reino milenial donde Cristo
reinará, y todos conocerán los hechos acerca de Jesucristo. De acuerdo a ello, no
será necesario para una persona evangelizar a su vecino, porque los hechos acerca
del Señor serán universalmente conocidos. También será un período en el cual Dios
perdonará el pecado de Israel y les bendecirá abundantemente. Debería estar claro,
dada esta descripción de la promesa del pacto como se da en Jeremías, que esto
no se está cumpliendo hoy día, puesto que la iglesia ha sido instruida para ir por
todo el mundo y predicar el evangelio a causa de que hay una casi universal
ignorancia de la verdad.
Sin embargo, dado que el Nuevo Testamento también relaciona a la Iglesia con un
nuevo pacto, algunos han enseñado que la iglesia cumple el pacto dado a Israel.
Aquellos quienes no creen en un futuro reino milenial y en una restauración de
Israel, por tanto encuentran el completo cumplimiento ahora en la iglesia,
espiritualizando las provisiones del pacto y haciendo de Israel y de la Iglesia una
misma cosa. Otros que reconocen la restauración futura de Israel y el reino milenial
consideran que el Nuevo Testamento se refiere al nuevo pacto tanto como para ser
una aplicación de las verdades generales del pacto futuro con Israel a la iglesia, o
para distinguir dos nuevos pactos (uno para Israel como está dado en Jeremías, y el
segundo, un nuevo pacto dado a través de Jesucristo en la era presente de gracia
proveyendo salvación para la iglesia). Actualmente el nuevo pacto, ya sea para
Israel o para la iglesia, se desprende de la muerte de Cristo y de su derramamiento
de sangre.
El nuevo pacto garantiza todo lo que Dios se propone hacer para los hombres en el
terreno de la sangre de su Hijo. Esto puede verse en dos aspectos:
a) Que Él salvará, preservará y presentará en la gloria, conformados a la imagen
del Hijo Unigénito, a todos los que creen en el Señor Jesús. El hecho de que sea
necesario creer en Cristo para ser salvo, no es una condición en este pacto. El acto
de creer no es una parte del pacto, sino más bien la base sobre la cual el creyente
es admitido para disfrutar de las bendiciones eternas que el pacto ofrece. El pacto
no es hecho con los no redimidos, sino con los que creen, y promete que en favor
de ellos estará la fidelidad de Dios. «El que comenzó en vosotros la buena obra, la
perfeccionará hasta el día de Jesucristo» (Fil. 1:6), y toda otra promesa semejante a
ésta, relacionada con el poder que Dios manifiesta en la salvación y preservación
de los suyos, es parte de este pacto de gracia.
En la presente edad no se tiene en vista para el hombre una salvación que no
garantice una perfecta preservación aquí en el mundo, y una presentación final allá
en la gloria, de todos los que son salvos por la sangre de Cristo Jesús. Es posible
que haya en la vida diaria del hijo de Dios algún impedimento para su comunión con
el Padre; y como aconteció en el caso de David, el pecado del cristiano puede hacer
que Dios levante su mano para castigo del hijo desobediente; pero estos asuntos
que son propios de la experiencia cotidiana del creyente, no llegan nunca a ser
determinantes para el cumplimiento de la promesa de Dios en lo que se refiere a la
eterna salvación de los que Él ha recibido en su gracia.
Hay quienes recalcan la importancia y el poder de la voluntad humana, y declaran
enfáticamente que la salvación y preservación deben tener como condición la libre
cooperación de la voluntad humana. Esto puede ser razonable para la mente del
hombre, pero no está de acuerdo con la revelación que Dios nos ha dado en las
Escrituras.
En cada caso Dios ha declarado incondicionalmente lo que Él hará en favor de
todos aquellos que confían en Él (Jn. 5:24; 6:37; 10:28). Esta es en verdad una
empresa enorme que necesariamente tiene que incluir el dominio absoluto aun de
los pensamientos e intentos del corazón humano; pero, por así decirlo, esto no es
más irrazonable que el hecho de declarar a Noé que su descendencia seguiría los
caminos que Dios había decretado, o que el de prometer a Abraham que él sería el
progenitor de una nación grande y que de su simiente nacería el Cristo.
En cada uno de estos casos tenemos la manifestación de la autoridad y del poder
soberanos del Creador. Es vidente que Dios ha dejado lugar para el libre ejercicio
de la voluntad humana. Él ayuda a la voluntad de los hombres, y los ya salvos son
conscientes de que tanto su salvación como su servicio están en completa armonía
con la elección que ellos mismos han hecho en lo más profundo de su ser. Se nos
dice que Dios gobierna la voluntad del hombre (Jn. 6:44; Fil. 2: 13); pero al mismo
tiempo vemos que Él apela a la voluntad humana y hace que en cierto sentido
dependa de ella el disfrute de su divina bendición (Jn. 5:40; 7:17; Ro. 12:1; 1 Jn.
1:9).
Las Escrituras hablan en forma incuestionable y enfática de la soberanía de Dios.
Él ha predestinado perfectamente lo que vendrá, y su determinado propósito tendrá
que realizarse; porque es imposible que Él sea sorprendido o sufra alguna
desilusión. De igual manera, las Escrituras enfatizan que entre estos dos grandes
aspectos de la soberanía divina -el propósito eterno y la perfecta realización del
mismo- Él ha permitido suficiente lugar para cierto ejercicio de la voluntad humana.
Y al actuar de esta forma no está poniendo en peligro, de ninguna manera, los fines
que Él se ha propuesto alcanzar. El tener sólo uno de los dos aspectos de esta
verdad puede guiarnos o bien al fatalismo, en el cual no hay lugar para pedir en
oración ni motivo alguno para buscar el amor de Dios, ni base para la condenación
de los pecadores, ni fundamento para la invitación del Evangelio, ni significado para
gran parte de las Escrituras, o bien a la pretensión de querer desalojar a Dios de su
trono. Es razonable creer que la voluntad humana está bajo el dominio de Dios;
pero sería lo más irrazonable creer que la soberanía de Dios está bajo el dominio de
la voluntad humana. Los que creen son salvos y seguros para siempre, porque así
está determinado en el pacto incondicional de Dios.
b) La salvación futura de Israel es prometida en el nuevo pacto incondicional (Is.
27:9; Ez. 37:23; Ro. 11:26-27). Esta salvación se efectuará sobre la base única de
la sangre que Cristo derramó en la cruz. Por medio del sacrificio de su Hijo, Dios es
tan libre para salvar a una nación como lo es para salvar a un individuo. Israel es
representado por Cristo como un tesoro escondido en el campo. El campo es el
mundo. Y creemos fielmente que fue Cristo quien vendió todo lo que Él tenía, a fin
de poder comprar el campo y poseer así el tesoro que allí estaba oculto (Mt. 13: 44).
En la consideración de estos ocho grandes pactos nunca podrá decirse que se está
dando demasiado énfasis a la soberanía de Dios en relación con los pactos
incondicionales, o al absoluto fracaso humano en lo que toca a los pactos
condicionales. Y podemos estar seguros de que todo lo que Dios se ha
comprometido a hacer incondicionalmente Él lo hará con toda la perfección de su
infinito Ser.
PREGUNTAS

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